DE ZACARÍAS, SU LÍO AMOROSO Y EL MONASTERIO DEL CAMBRÓN
¡Qué poco le gustaba a Zacarías ser acuciado por la sed! más aún, cuando la canícula apretaba sin piedad sobre los montes conquenses. Solía llevar su rebaño a Fuente Albilla cuando tocaba regresar de los pinares de la muela en dirección a su pueblo, Buenache de la Sierra. Realmente toda esa comarca, lindando con la ciudad de Cuenca, de Valdecabras, Palomera y Buenache, llegando hasta Tierra Muerta, era su lugar de esparcimiento y pastoreo con el rebaño de ovejos.
Siempre que se aproximaban a la fuente, su fiel perro carea,
una auténtica bola de pelo blanco marfil y rizado como la espuma de los arroyos,
que se podría haber llamado perfectamente Nube o Algodón, comenzaba a ladrar.
Sus ladridos avisaban de la cercanía de Fuente Albilla, y todo era así, excepto
el nombre del perro, que no era Nube ni Algodón, sino Botijo – Boti- para
Zacarías alias “Siglo”.
Boti ladra, y ya se avista esa magnífica obra de “gamellonismo” fluvial que con tanto arte se produce en la Serranía de Cuenca. También se observan desde allí los bordes del Valle del Cambrón, donde las aguas en inviernos y primaveras se descolgaban en sendas cascadas que a Zacarías le gustaba observar desde arriba.
Una de las cascadas que se forman en el inicio del valle.
La segunda cascada.
Deja al
rebaño bebiendo en los diferentes gamellones o tornajos de la Fuente Albilla
que se diseminan por toda la ladera en una perfecta estructura geométrica, todo
para aprovechar el buen caudal que siempre atesora esa fuente, llegando el
último gamellón puesto casi vertical para que echara las aguas en alegre
corriente al cauce rocoso del arroyo del Cambrón, metros antes del primer salto
de agua.
Fuente Albilla hoy en día, con mucho menos caudal que antaño.
Restos de sus gamellones en un circuito bajando la ladera en zig-zag.
Suele subirse a la parte alta de la ladera, encima de la
fuente, a ver los saltos de agua desde arriba y ver como se convierte el
pequeño barranco del arroyo del Cambrón en un magnífico valle, donde al fondo
se intuye el Convento Carmelitano del Cambrón, reinando en mitad de este feraz
y bello paraje.
- - ¡Maldito lugar! masculla Zacarías entre dientes.
No es que sea Zacarías un hombre que le guste torturarse con
recuerdos malévolos y odiosos, ni que necesite hacer catarsis de muchas de sus
vivencias. Su vida hoy en día, año del Señor 1960, la misma edad clavada que
tiene el siglo, transcurre con mucha tranquilidad, y eso él lo agradece. No
llegó a combatir en la Guerra por poco (aunque trato con los maquis) pero si tuvo otro tipo de guerra, que, aunque
no tan mortífera y letal, si la recuerda como una etapa de su vida -12 largos
años- muy dura y con mucho peligro y privaciones. Es su época de ganchero,
desde los 14 años hasta los 26 años, donde bajo troncos en prácticamente todos los
ríos de la Serranía, los que iban para Aranjuez y Madrid – Tajo, Guadiela,
Cuervo y Escabas - como los que iban para Cullera y Valencia -Turia, Júcar y
Cabriel –
Laterales del Valle del Cambrón.
Otra vista con el Monasterio en el centro del valle.
Actual puerta de entrada al Valle del Cambrón.
Años después, aunque recuerda esa época muy severa y
precaria, penosa a más no poder, no la tiene como nefasta, sino como de
aprendizaje y supervivencia, también de mucho compañerismo. Es lo que tiene, en
edades tan tempranas, ver morir ahogada a bastante gente metida en el mismo ajo
que se encontraba él, incluso sucederle, cuando estuvo a punto de morir aprisionando por un tronco contra la roca en el temible paso de Los Toriles del río Guadiela. Fue su empeño y mucho de azar milagroso lo que hizo que se desencajara el tronco y pudiera salir a flote, no sin antes haberse bebido medio río por la boca. ¡Jodido Guadiela!
En cambio, lo que le sucedió en el año 1928, dos años
después de terminar con su oficio de ganchero y tres años antes de la
instauración de la República, sí lo tiene como un recuerdo perverso en su
haber, que no le importaría que se le borrase, aunque él sabe que aquellos
hechos le acompañaran de por vida, y más aún, cuando el Valle del Cambrón está
tan cerca de sus rutas habituales de pastoreo.
Su mente viaja fugazmente a finales del otoño de aquel año.
Hacía dos que abandonó la sufrida vida de ganchero y se vino a vivir con su
familia materna a Cuenca. Su infancia había transcurrido, sobre todo, en la
Vega del Codorno, aunque también en Cuenca, y durante los años de ganchero, en
las épocas que no se trabajaba –veranos y principios del otoño- vivió en
diferentes lugares sin estar en un sitio más de uno o dos meses como mucho.
Llevaba ya dos años viviendo en la capital, y reconoce que,
después del infierno fluvial de las maderadas, la vida allí le sonreía de grata
manera. Era un mozo ya adulto y apuesto de muy buen ver. Su tía Nuncia se había
empeñado que aprendiera a leer y escribir, cosa que no le costó apenas, siempre
con la ayuda de Ezequiel, un maestro particular del pueblo manchego de San
Clemente, que disfrutaba enseñando las tareas a Zacarías, no tanto como luego
en el bar donde dilapidaba el sueldo de maestro que le daba la Nuncia, entre
licores y naipes, y alguna visita que otra a la Casa de Lenocinio.
Su jornada en Cuenca se repartía entre ayudar a su tío Pantaleón en la carpintería de la calle Los Tintes, y, subiendo al cercano pueblo de Buenache de la Sierra, de donde era su difunta abuela materna Casimira, para ayudar a su abuelo Catón, otro personaje peculiar donde los haya, con el rebaño de ovejas que tenía. Ya se había curtido con el ganado ovino y caprino, siendo un mozalbete en los montes de la Vega del Codorno y aledaños, siempre bajo la batuta de su padre, Nicasio Cardo, hasta que este murió en un desgraciado accidente al derrumbársele encima el muro de una casa del pueblo que estaban reformando, dejando al chaval, con 13 años huérfano y desamparado; triste asunto que hizo que viniera su tío Vicente Cardo, que vivía desde hace un par de años en Priego, para llevárselo a trabajar de ganchero en las maderadas.
Zacarías con su primo Hilario en una foto de fecha indeterminada.
Ganchero, pastor, carpintero, sabiendo leer y
escribir. Quien no diría que Zacarías era un buen partido ¡qué digo! Todo un
partidazo, aunque en el fondo, era de natural solitario, algo duro de oído y
nada amigo de las muchedumbres ni cotilleos sociales, con algunas excepciones,
siempre en torno a una botella de resolí o de aguardiente de La Frontera y la
conversación distendida y jocosa de dos o tres amigos de los de verdad.
Su experiencia de ganchero le había otorgado un aplomo y una
experiencia que se apreciaba en su curtido rostro, aun siendo un avanzado
veinteañero. Eso fue lo que tuvo que ver aquella mujer, más bien una jovencita
unos pocos años menos que él, cuando entabló conversación primero, y relación
después, según Zacarías, cordial y correcta, según la otra parte, nada cordial, interesada
y dañina.
Le cuesta acordarse cómo fue el momento en que hablaron por
primera vez; fue en la calle Carretería, o quizás fue en el Boulevard de
Calderón de la Barca. Algo se le cayó a ella, y él, estando cerca, fue presto a
recogérselo y ahí empezó todo. Se ve que aprender a leer y escribir llevaba
aparejado aprender galantería, mostrar modales y filtrear con educación. ¡Maldita
la hora!
Si hubiera ocurrido en su época de ganchero, en esos
periodos veraniegos de descanso, cuando bajaban de la sierra, aún malhumorados
y hoscos, llenos de magulladuras y de meses de vivir a intemperie, seguro que
no se hubiera mostrado tan solícito y cortés, yendo como iban directos como
verracos a los servicios de las prostitutas de Cuenca, Priego, Beteta, Cañete,
Landete o cualquier otro núcleo de población, susceptible de albergar uno o
varios lupanares.
No es que Zacarías fuera un hacha en el sondeo psicológico
de las personas, pero en ningún momento notó nada raro en ella. Una joven
soltera, de rasgos armoniosos y una cierta belleza enigmática, originaria del pueblo guadalajareño de Zaorejas, antaño dependiente de
Cuenca, que había venido a ver y ayudar a su tío, que tenía unas huertas en la
vega del río Moscas, cerca de la Casa de la Mota. Todo ello normal y corriente,
pero claro, todo ello según ella.
Eso fue lo que le contó a Zacarías, y quien es él para dudar
del juicio de una jovencita en el año 1928 que pasea por las calles más
vistosas de la ciudad extramuros. Quién le iba a decir, que aquella moza no
regía bien de la azotea. Pero no hablamos de una locura de esas que salta a la
vista, con unos hablares, ademanes y costumbres evidentemente anormales,
entrando en el terreno de la excentricidad y la enajenación, sino de algo más
profundo y oculto, un trastorno de personalidad escondido bajo una personalidad
inteligente y calculadora y una pátina de modales corteses y coquetos. ¡En mala
hora fue a dar con ella el bueno y amable de Zacarías!
La señorita en cuestión, llamada Marcela, se dejó cortejar,
mostrándose muy abierta y solícita con él, quizás demasiado, pero eso lo pensó
Zacarías tiempo después, con el devenir de los sucesos ya acaecidos. Le pareció
extraño en aquellos momentos varios asuntos, como que, daba la casualidad que
ese tío hortelano suyo no se encontraba en Cuenca en el mes entero que estuvo
Zacarías tratándola. Ella se encontraba hospedada en una fonda de la calle de
La Moneda, y cuando iba por la ciudad, lo hacía como escondiéndose y rehuyendo
el contacto social con otras gentes. El pecunio para pagar el lecho y los
alimentos no le faltaban, por gracia de ese presunto tío, que le adelantó dicho
dinero, según siempre la versión femenina.
El climax de los hechos se acerca, resaltando primeramente
esa vez que ella le invitó a entrar en su habitación de la Fonda. No miente
Zacarías sí reconoce que en ese mismo momento albergaba pensamientos impuros,
pero ¡qué demonios! los pensamientos impuros nos son delito y todos los
albergamos en muchos momentos de nuestras vidas. Le llega ahora, nítida y diáfana,
a la memoria el rostro de ella, entre lujuriosa y maquiavélica, pero se puede
decir que ese indicio –otro más- es el que menos captó y presintió, tal y como
estaba el bueno de Zacarías, pensando en ese instante, más que, con la cabeza o
el corazón, con los órganos genitales. Se iba pareciendo en ese momento más a
ese mozo que bajaba años atrás de las maderadas, asalvajado y embrutecido,
dispuesto a desfogar y despilfarrar sin orden ni mesura.
Aquello acabó como el rosario de la aurora, ya que, cuando estaban
en la habitación a los pies de la cama, abrazados, desvistiéndose los dos,
ella, sin venir a cuento, comenzó a gritar como una loca poseída. Zacarías, con
la verga enhiesta que parecía un pino negral de los que bajaba por el río Júcar
años atrás, no daba crédito a lo que estaba viendo y oyendo. La mujer no paraba
de gritar y de patalear, tirando la palangana al suelo, y montando una buena
escandalera.
El asunto estaba claro, había que largarse de allí lo más
rápido posible, como quien ha visto al diablo. Se subió los pantalones, se puso
la camisa y las botas y salió trastabillando sin mirar atrás a esa mujer fuera
de sí, sin sentido ni explicación alguna. Bajó las huecas escaleras medio
asustado y, cruzándose con dos tipos en la puerta que miraban expectantes, se
perdió por la estrecha y torcida calle de la Moneda en dirección a la Puerta de
Valencia, aprovechando que ya estaba cayendo la fría noche sobre las
callejuelas conquenses.
Aunque le costó conciliar el sueño aquella noche, Zacarías
habría olvidado rápidamente ese suceso a no ser que por lo que ocurrió dos días
después, cuando llamaron a la puerta de su casa en la Plaza de San Nicolás, un
recoleto rincón, aunque muy deteriorado por las últimas lluvias acaecidas, que
hay paralelo a la calle de San Pedro, subiendo hacia el Barrio del Castillo
desde la Plaza Mayor. El piso lo compartía con su primo Matías, pero hacía ya
unos meses que su primo se había ido a Valencia, para a estudiar confección y corte, y allí se había quedado él solo para un piso bastante grande, cosa que
no le importaba.
Plaza de San Nicolás hoy en día.
Brillaba la suerte por su presencia, pues el piso era de su
tía Nuncia, a la que veremos aparecer más veces, por la gracia de Dios, siempre
más como Ángel de la Guarda, que, como la hermana mayor de su madre, Celia Aguilar,
muerta por desgracia al dar a luz a Zacarías.
Recuerda, como si fuera ayer, abrir la puerta ante la
insistencia y premura de los golpes dados.
- -¿Zacarías Cardo Aguilar?
- - El mismo que viste y calza. ¿Qué ocurre,
señores? Dijo Zacarías algo alarmado por la presencia de aquellos hombres.
Delante suyo, en el descansillo de la puerta, había un ceñudo
Alguacil, tan grande como un armario, con una capa negra que le ocultaba las inmensas espaldas, y que, si quisiera pasar a la casa, debiera
seguramente agacharse, y detrás de él, serios como perros de presa, y
guardándole las espaldas, dos guardias civiles, donde resaltaban por su brillo,
no los tricornios acharolados, sino sus negras pistolas reglamentarias colgando
del cinto, avisando de su peligro, si uno se resistiera.
- - Queda usted detenido por el ultraje, violencia y
abuso contra la honra de la señorita Marcela Calvo Lozano. Quédese quieto, que
los agentes le esposaran. ¿Hay alguien más en la casa?
- - ¿Pero qué historia es esa? Están ustedes equivocaos.
Ella se puso a gritar sin venir a cuento. Esa señorita está loca de atar. Yo no
le hice ná.
- - Yo que usted, cerraría la boca. Insultar encima
a una novicia que va ser convertida en hermana religiosa no le va a traer más
que desgracias. De hecho, es el Obispado quien le ha denunciado a usted. Vaya
preparándose.
- - ¡Me cago en el copón! ¡Me cago en mi maldita calavera! Esto no me puede estar pasando a mí.
Han transcurrido más de 30 años de aquello, pero, aun así, Zacarías
se recuerda en estado de shock total cuando oyó lo de que esa chica era una
novicia casi monja, mientras le bajaban por la escalera, zarandeándolo. Le
montaron en un carromato tirado por caballos, y realmente no hizo mucho
trayecto, ya que el calabozo más cercano no era el del Cuartelillo de la
Guardia Civil, sino que cuando acaba la calle de San Pedro, pegado a la muralla
de la ciudad, está la cárcel de Cuenca, desde tiempos de la ignominiosa Santa
Inquisición, y allí fue donde le metieron con mucha brusquedad y sin ningún
miramiento. Estaba claro que todos esos hombres, y se teme que gran parte de la
sociedad conquense de esa época, ya le había condenado y acusado, encontrándole
culpable. ¡Quién iba a dudar!
De un lado, la palabra de una hermana religiosa de la
Congregación Carmelitana del Desierto de San Joaquín del Valle del Cambrón; de
otro lado, un antiguo ganchero y putero reconocido, ora pastor, ora carpintero, ora arriero, que era también conocido por la alegría y desenfreno con que se refugiaba en el
alcohol, cuando se juntaba con algunos amigos después de la jornada laboral.
Aquí se puede considerar que empieza verdaderamente el
calvario de Zacarías, pues se pasó en el calabozo de la cárcel, dos largos y
gélidos meses, en que apenas vio la luz, la comida era escasa y vomitiva, y
para colmo, enfermó como consecuencia de todo ello, y no le pusieron ni médico
ni cura. Fue el cuerpo suyo, tras mucho penar y sufrir, el que al final se
recuperó, gracias, sin duda alguna, al vigor y a la juventud. A
todo ello, tenía que soportar las chanzas de los guardias carceleros que le
llamaban el violador de la monja, comentándole que era la comidilla de toda la
ciudad, y que, si esto ocurriera unos siglos antes, ya estaba camino del
cadalso para regocijo de toda la ciudad.
Estaba claro que todo el poder y peso de la Iglesia se había
cernido sobre él, sin darle, por ahora, posibilidad de defenderse. Fue al cabo
del 2º mes, cuando le dejaron ver a sus familiares, y al poco, por mediación de
su tía Nuncia, salió libre. No hubo juicio ni nada parecido. Solo una tímida
disculpa por parte, ya no del Obispo, sino del Canónigo del Cabildo de la
Catedral, en que se justificaban por un error de apreciación, sin dar más
explicaciones. Zacarías fue a ver a su tía Nuncia que tenía la peculiar costumbre de los fines de semana no vivir en su casa, sino hospedarse en el afamado Hotel Iberia, quien le aconsejó que
disfrutara de su libertad, olvidará el infortunado suceso y que mirara para
adelante.
Cárcel de Cuenca, hoy en día Archivo Provincial.
Pero Zacarías, cabezorro
como él solo, quería saber, y así se lo insistió tercamente a su tía, quien
terminó por contarle que fue ella, ante la denuncia de la Iglesia y la poca
transparencia que veía en el extraño caso de su sobrino, la que tuvo que ir a
ver a un amigo, uno de los hijos del cacique conquense Juan Correcher, personaje
que en Cuenca lo había sido todo, para que intercediera y que la Iglesia
explicará el suceso. A su vez, la tía Nuncia también se puso en contacto con
los descendientes de los Marqueses de Ariza, los que, aun sin ser los dueños de
facto del Yermo Carmelitano del Cambrón, si tenían reservado el Patronato, y
con ello, se entiende que cierta influencia sobre el Obispado.
Resulta que el Convento religioso del Desierto de San
Joaquín del Valle de Cambrón se sabe que acogía, como novicias aspirantes a
monjas, a chicas que en sus vidas anteriores y en sus pueblos habían sido
problemáticas y díscolas. Eso fue un primer argumento sólido para pedirle
explicaciones a la Iglesia de quién era esa mujer y qué hacía en Cuenca, tan
alejada del Cambrón, que se había visto ultrajada y mancillada por un paisano
de Cuenca, en este caso, el sobrino de Nuncia Aguilar, mujer de armas tomar y
con cierta influencia en las esferas de influencia de los salones provincianos.
De Nuncia se llegó a comentar que en su juventud fue muy
amiga, teniéndonos que imaginar si la amistad llegó al roce o al simple cariño
y afecto, de Juan Correcher y Pardo, el gran cacique conquense del siglo XIX. Y
digo en vano conquense, pues aquí se expandieron sus negocios y aspiraciones.
Nacer vino a hacerlo en Cofrentes (Valencia), ganchero dudoso en su juventud,
poco después alcalde de Cofrentes, y, gracias a cierto patrimonio de su familia
burguesa, fue convirtiéndose en un acaudalado magnate que se dedicó a comprar
tierras de pinares por la provincia de Cuenca, hasta convertirse en un célebre
industrial maderero. Su carrera meteórica llegó a culminar con ser diputado en
el Congreso por circunscripciones de Cuenca. Falleció en 1918, y ya nos podemos
imaginar donde forjó Nuncia su red de influencias, incluso parte de su
patrimonio. Se rumorean muchas cosas, pero al día de hoy, no hay duda que Nuncia
Aguilar es una mujer de inteligencia viperina y con la que hay que andarse con
cuidado.
Foto real de Juan Correcher y Pardo.
La iglesia quiso tapar toda esta historia con premura y
silencio, pero Zacarías y su tía, con la mediación de un hijo de Juan Correcher,
algo llegaron a descubrir de qué esta novicia, aprovechando la nocturnidad de
la hora de maitines, se había escapado del Convento, llevándose dinero de la
congregación, y saltándose a la torera todas las normas de Dios, tanto el Cielo
como en la Tierra. Desde un primer momento, las pesquisas de la Iglesia se
dirigieron hacia Zaorejas, de donde era oriunda esta mujer, y a Siguenza, donde
vivían familiares suyos. De ahí, que pudiera explayarse durante un mes entero
la problemática novicia por las calles de Cuenca sin que se le encontrase la
pista.
Parece ser que los gerifaltes con sotana pensaron que, antes
de reconocer ese escándalo, podían camuflarlo con la supuesta violación por
parte de Zacarías, aprovechando el casual y desafortunado espectáculo que montó
la lunática novicia en la fonda de la calle de La Moneda, aprovechando su
estancia en la capital para unos recados de recogida de telas que le había
encargado el Prior del Convento del Cambrón. Algo muy cogido con pinzas y, con
que, se indagara un poco el asunto, se le encontrarían las costuras al amañado
argumento dado por el Obispado, pese a que había testigos que habían visto a Zacarías salir corriendo de la habitación de la mujer, como dando al impresión de haber cometido un délito.
Da gracias a que estaba la tía Nuncia. Quizás años atrás a
Zacarías no le habría salvado ni el sagrado, pero en estos agitados días que
corren con aromas pre republicanos, la Iglesia ya no es lo que era. ¡Y menos
mal!
Después de aquello, y aunque la ciudad rápidamente olvidó el
episodio, Zacarías se volvió más introvertido y malhumorado, cosa que fue en
aumento hasta que decidió irse a vivir a Buenache, y ayudar definitivamente al abuelo Catón con las ovejas, y cuando este se retirara o muriera, que frisaba ya
los 96 años, coger él las riendas del rebaño. No es que dejara de bajar a
Cuenca, ya que, aparte que se sentía muy de la ciudad, distaba las dos
localidades unos 14 kilómetros en línea recta, teniendo además la familia tan
cercana, pero sí necesitaba desengancharse de las relaciones sociales y buscar
la preciada soledad en el pueblo, que conseguiría, sin duda alguna, con el
oficio que había elegido.
Todos estos recuerdos y pensamientos se arremolinaban en la
cabeza de Zacarías, mientras miraba con cierto desdén el valle del Cambrón al
fondo, donde, con su, todavía, prodigiosa vista, veía también la Peña del
Aljibe. Pasaron los años, y de entre todos los recuerdos de Zacarías en sus 60
años de vida, que abarcan desde momentos peliagudos como sucedió durante los
años de la Guerra o su etapa de ganchero, sin duda alguna, el suceso de la
novicia del Cambrón es el que peor llevaba en su sesera.
Poco años después de irse a vivir a Buenache, oyó un rumor
que decía que esa persona, ya convertida en monja, apareció ahogada en la poza
del Arroyo del Cambrón, aunque la Iglesia nunca comentó nada. Como siempre, un
opaco manto de silencio y de mirar a otro lado. La Iglesia se volvía a topar
contra ella misma.
Buenache de la Sierra, pueblo de la abuela de Zacarías, y al que se retiró a vivir de pastor.
Arroyo del Cambrón.
Poza del Cambrón.
La misma poza nevada.
Comencé esta historia hablando de la sed de Zacarías y su
rebaño, y, aunque él no era mucho de agua, solía mojarse la boca, humedeciendo
sus agrietados labios, y bebía a base de pequeños sorbos, guardándose los
tragos largos para un rato después, en el que se dirigía a la cercana Cueva del
Tornero, una curiosa cavidad, que entras por un lado y sales por otro, con dos
agujeros enormes en el techo y que le sirve de aprisco para el ganado, mientras guarda
allí en una fresquera otra botella de Licor Benedictine.
- - ¡Maldito lugar, carajo! Vuelve a mascullar
Zacarías entre dientes y comenta, dirigiéndose a su perro, que se mantiene al
lado suyo, como expectante de qué es lo próximo que va a hacer su dueño.
- -¡Vámonos al fresco de la cueva, Botijo! Me voy a
acabar la botella en un visto y no visto. ¡Chorra, qué sed me dan los malos
recuerdos!
FIN.
NOTA HISTÓRICA ACLARATORIA IMPRESCIDIBLE.
En los anteriores escritos sobre Zacarías es donde mencioné
el suceso con una monja del Convento del Cambrón. En este texto que habéis
leído, donde he dado forma en mi cabeza a dicho suceso, es cuando me he tenido
que informar sobra la exigua historia de este Desierto de la Orden de Carmelo,
ubicado en el término de Valdecabras, Serranía de Cuenca.
Y lo 1º que tengo que remarcar que mi historia, aparte de
pura ficción, es completamente FALAZ e INEXACTA con los datos históricos. No es
que haya más o menos rigor histórico, sino que no lo hay, es decir, tergiverso
absolutamente la Historia.
En mi descargo, decir que cuando escribí el texto desconocía
todo. La inconsciencia del ignorante. Di por hecho la existencia de la Congregación religiosa del Cambrón en
las fechas del suceso de Zacarías (año 1928). Una vez escrito y descubierto mi
error, aunque se me pasó por la cabeza borrar todo, o rehacerlo cambiando
fechas, he decidido mantenerlo tal como lo ideé y escribí, aclarando esos
inmensos errores.
El primero de ellos nos dice que esta historia NO pudo nunca
ocurrir por dos razones principalmente. El Desierto Carmelitano de San Joaquín
(del Cambrón) se fundó en 1732 y estuvo en funcionamiento hasta 1835. Mi
historia trascurre 93 años después de que se extinguiera, desamortizaciones
mediante, dicha congregación eclesiástica. Sus hermanos ermitaños se fueran a
otros monasterios, los efectos del convento se repartieron entre las iglesias
de la comarca, y dicho convento y la Heredad fue vendida en 1843 a un tal
Vicente Vizcaino. Hoy en día, sigue siendo de carácter privado.
El 2º dato es que este Desierto Carmelitano NUNCA llegó
acoger monjas ni novicias. Fue una congregación masculina, y a dicho Yermo no
podían llegar miembros de vida tibia y disoluta para cumplir penas y castigos.
Es posible que existan más errores en el texto. Si es así,
les rogaría que me lo digan para que los corrija.
Por eso, debo pedirles disculpas y espero que la revelación
de estos datos no haya influido en la lectura de mi nuevo escrito sobre
Zacarías, este personaje sacado totalmente de mi invención.
Espero, por tanto, que les haya gustado.
TONI VIRTUDES SEGARRA –Mayo/2021-
Necrológica de un fraile carmelita descalzo.
Hola Toni,
ResponderEliminarQue ganas de volver a leer las aventuras y desventuras de Zacarías.
Que maravilla de relato que nos has regalado, menudo tormento que tuvo que pasar el pobre, me has tenido enganchado a la pantalla durante un buen rato.
Seguiremos a la espera de nuevas aventuras de Zacarías.
Salud y viva el bueno de Zacarías!!!
Hola David.
Eliminarjajjaja, la verdad que si, que ratos más malos le he hecho pasar a Zacarías. Encantado que te haya gustado. Si es cierto que esta vez lo he hecho más extenso, y bueno, muchas veces, eso tira para atrás a la gente.
Esperate a la nueva aventura en la que estoy metiendo al bueno de Zacarías....se me está yendo un poco la pinza, jajaja.
Salud y Zacarías.
Hola Toni.
ResponderEliminarYa son unas cuantas historias de Zacarías las que nos has contado, y oye, se le coge simpatía, por eso conforme iba leyendo iba pensando "ojalá todo acabe bien y no le pase nada", pues el "con la Iglesia hemos topado" en aquella época uno se esperaba lo peor, pero por suerte todo se aclaró y el bueno de Zacarías pudo seguir con su vida, esa vida tan dura que tuvo, pero que es la que a él le hacia feliz.
Gran relato el que te has currado Toni, enhorabuena. La narración es exquisita (con ese "con la verga enhiesta que parecía un pino negral de los que bajaba por el río Júcar años atrás..." me has matado jajaja)y te mantiene en vilo en todo el momento. Además nos has descubierto nuevos personajes, como la Tía Nuncia. Y esa aclaración final le pone un remate preciso a este nuevo capítulo de la biografía de Zacarías, que espero que tenga más episodios.
Un abrazo.
Hola Dani.
EliminarBueno, se las he hecho pasar canutas con la iglesia, y esa mujer loca, pero es muy pronto todavía para que al bueno de Zacarías le desee que acabe mal la historia, pero con lo retorcido que me puedo poner, cualquier cosa puede suceder.
Estoy encantado que os haya gustado, el extenderlo en longitud, sabes tú que tira más para atrás, y si no engancha un poco, termina aburriendo y sale fallido.
En la nueva historia que estoy acabando me he inventado un duelo entre Siglo y otro personaje serrano (no cuento mas, jeje) y se me ido la pinza un poco. La cuestión es que es 3 o 4 veces más extenso en longitud que este del Cambrón, y eso siempre es un riesgo.
A ver cuando lo tenga acabado, que lo lean Maru, mi madre y mis hermanos y le dan el visto bueno, aunque ya no cabría en el blog por ser demasiado largo. Os mandaría el escrito por correo electrónico.
Un abrazo.
Joer con Zacarías, la monja, y el pino negral.
ResponderEliminarA ver que aventuras o desventuras se te van a ocurrir ahora!!!!
Un saludo Toni.
Hola Luis.
EliminarJajaja ay el pino negral!!
No quiero dar muchas pistas pero he metido a Zacarias dentro de un western del oeste en Cuenca, jejeje. A ver si lo tengo para principios del año que viene y os lo mando.
Un saludo y nos vemos el domingo.
Hola Toni.
ResponderEliminarLas aventuras y desventuras de: Zacarias, esto va para una miniserie de Netflix 😀. A mi que sea corto o largo, me da igual, lo importante es que sea entretenido y bien redactado y eso lo consigues de sobra (yo leo todo, de principio a fin).
A parte del relato, me ha gustado mucho la fotografía de los laterales del Valle del Cambrón y esa mesa-yunque rocosa. Estaría bien que publicarás, la próxima entrega, pero si decides no hacerlo por extensión, pásamelo para leerlo.
Un saludo
Hola Eduardo.
EliminarMuchísimas gracias, y super encantado que te haya gustado. Jajaja un serie de Neflix sobre un pastor del siglo XX que el pasan cosas como esta no estaría mal
Cuando lo tenga y, como le digo a Dani, que le den el visto bueno mi familia, os lo mandaré. Veré primero cuando ocupa en el blog, pero me da a mí que va a ser demasiado.
Adelante que a mi me gusta, como digo, me he inventado un western con duelos incluidos en la serranía de Cuenca, jajajaja madre mía!!
Un saludo.
Hola Toni.
ResponderEliminarPersonaje interesante éste Zacarías con sus aventuras y desventuras. Me ha gustado mucho esa inclusión de los gancheros y su dura vida, los parajes y pueblos serranos que formaron parte de su vida y esas fotografías antiguas que nos muestran lo que ha cambiado la ciudad, además de esos laterales del Cambrón que nunca defraudan. A ver por donde nos llevas con Zacarías en próximas entregas, que el experimento te ha quedado genial y muy entretenido.
Salud y una copichuela del Benedictine ese!!
Hola Andrés.
EliminarJjejeje, encantado que te te lo hayas leído y te haya gustado. Ese toque ganchero está chulo, eh! bueno ganchero, putero, bebedor, un poco de todo, jajaja.
Si no lo pongo en el blog, te mandaré la ultima aventurilla de este hombre por correo.
Otra copa de Benedictine a tu salud ;-)